Adolescencia y paciencia de Dios

María Álvarez de las Asturias

“No me escucha; no me hace caso; le apoyo cuando sabe lo que hace pero se enfada si alguna vez le digo que se está equivocando o le doy algún consejo pero ¡yo sólo lo hago por su bien!”

Son frases que se repiten en las conversaciones de padres de adolescentes, ya sea entre amigos o en consultas de orientación. Y van más allá: “no entiendo este comportamiento, que no se corresponde con lo que le hemos enseñado en casa”. Y la preocupación de los padres ¿lo hemos hecho tan mal???

No, probablemente lo hemos hecho bastante bien; o, al menos, todo lo bien que hemos sabido y podido. Pero nuestros hijos, que durante la infancia recibían naturalmente lo que venía de sus padres como “lo bueno”, empiezan a cuestionarse todo. Y es normal: ya no vale con hacer las cosas “porque lo dicen mis padres”, tendrán que buscar la forma de hacer las cosas “porque es bueno”, interiorizando y haciendo suyos  -o descartando-  los valores que les hemos propuesto. Y en ese proceso de crecimiento hacia la madurez, junto a muchas cosas buenas, habrá enfados, meteduras de pata, rebotes contra lo que se percibe como autoridad que limita la libertad, aciertos, rectificaciones, manifestaciones (sinceras) de cariño, peticiones de ayuda y de perdón seguidos de nuevos enfados y rebotes…

Todo esto, a los padres les causa un sufrimiento grande; pero forma parte del amor el respeto a la libertad del otro, en este caso a la libertad de los hijos. No les quiero porque son como yo quiero que sean, les quiero porque son ellos, con sus aciertos y errores. Me alegro con lo bueno y sufro con lo malo, porque amar es exponerse y dejarse afectar por lo que le pase al amado.

Para los creyentes, esta etapa de la paternidad tiene una gran ventaja: es muy educativa; porque nos sitúa a nosotros, padres de adolescentes, ante Dios, Padre nuestro, que puede decir de nosotros lo mismo que nosotros de nuestros hijos: Yo sólo quiero tu bien y tú te enfadas; si te doy un consejo es porque sé lo que te conviene; estoy a tu lado para sostenerte y apoyarte y te parece que invado tu libertad; no entiendes que te quiero cuando aciertas y cuando te equivocas porque te quiero por ser tú, por ser mi hijo.

Así, sufriendo por nuestros hijos, podemos entender mejor el sufrimiento de Dios que forma parte de su locura de amor por cada uno de los hombres.

María Álvarez de las Asturias

Canonista, especialista en noviazgo

y orientación familiar.

www.estaporvenir.com

@mariaalvarezast

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