La dicha del reino de Cristo.

San León Magno

Sermón sobre las bienaventuranzas 95,4-6

Después de hablar de la pobreza, que tanta felicidad proporciona, siguió el Señor diciendo: Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Queridísimos hermanos, el llanto al que está vinculado un consuelo eterno es distinto de la aflicción de este mundo. Los lamentos que se escuchan en este mundo no hacen dichoso a nadie. Es muy distinta la razón de ser de los gemidos de los santos, la causa que produce lágrimas dichosas. La santa tristeza deplora el pecado, el ajeno y el propio. Y la amargura no es motivada por la manera de actuar de la justicia divina, sino por la maldad humana. Y, en este sentido, más hay que deplorar la actitud del que obra mal que la situación del que tiene que sufrir por causa del malvado, porque al injusto su malicia le hunde en el castigo, en cambio, al justo su paciencia lo lleva a la gloria.

Sigue el Señor: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Se promete la posesión de la tierra a los sufridos y mansos, a los humildes y sencillos y a los que están dispuestos a tolerar toda clase de injusticias. No se ha de mirar esta herencia como vil y deleznable, como si estuviera separada de la patria celestial, de lo contrario no se entiende quién podría entrar en el reino de los cielos. Porque la tierra prometida a los sufridos, en cuya posesión han de entrar los mansos, es la carne de los santos. Esta carne vivió en humillación, por eso mereció una resurrección que la transforma y la reviste de inmortalidad gloriosa, sin temer nada que pueda contrariar al espíritu, sabiendo que van a estar siempre de común acuerdo. Porque entonces el hombre exterior será la posesión pacífica e inamisible del hombre interior.

Y, así, los sufridos heredarán en perpetua paz y sin mengua alguna la tierra prometida, cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Entonces lo que fue riesgo será premio, y lo que fue gravoso se convertirá en honroso.

R/. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

V/. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

R/. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.


Oremos:

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

La dicha del reino de Cristo. San León Magno

Sobre el noviazgo, 1ª Parte

María Álvarez de las Asturias

En los últimos días he hablado con un grupo de jóvenes sobre cómo vivir bien noviazgos largos. Comparto aquí lo que comentamos en ese encuentro, pensando que puede ayudar a vivir mejor cualquier noviazgo.

¿Qué es el noviazgo?

El noviazgo es un período de preparación para el matrimonio. Por tanto, no es una etapa definitiva ni hay una “vocación al noviazgo”: la vocación es al matrimonio. Lo que caracteriza al noviazgo es que (1) es transitorio, (2) es un tiempo para el conocimiento mutuo y debe servir (3) para alcanzar una decisión libre y madurada -> seguir adelante y casarse; o romper la relación. Porque en el noviazgo, a diferencia del matrimonio, todavía no hay un compromiso definitivo. Y no todo noviazgo debe terminar en boda: un noviazgo bueno, un noviazgo logrado será el que nos permita llegar a tomar la decisión que sea mejor para los dos; en unos casos será continuar pero en otros será romper.

Para pasar del enamoramiento inicial a poder llegar a un compromiso matrimonial, hace falta tiempo y conocerse; ¿cuánto tiempo hace falta? No hay una receta única: el suficiente para conocer al otro (y a uno mismo) y para saber qué proyecto de vida estamos planteándonos juntos. Que sea largo no necesariamente significa que los novios se conozcan bien ni que tomen correctamente la decisión de casarse. Por ejemplo:

  • Noviazgos largos pero superficiales: en los que sólo se comparten la diversión, salir de juerga, los aspectos placenteros de la relación. Es posible que estos novios crean sinceramente que están enamorados, y que se casen ilusionados. Pero, al no haber profundizado en la relación, frecuentemente encuentran dificultades para vivir la relación matrimonial, más exigente, para la que no están preparados.
  • Noviazgos largos pero que siguen adelante por comodidad o convencionalismo, porque la boda “es lo lógico, lo que toca después de tanto tiempo” pero no es una opción reflexiva y elegida conscientemente. No se debe contraer matrimonio así, conformándose con una relación a medias que no disgusta pero tampoco puede llenar la vida.
  • Noviazgo largo en el que, en un momento dado, se asumió el compromiso matrimonial, que se considera irrevocable, y se pierde la libertad de decidir si uno quiere seguir adelante o no: es una situación que produce muchas dificultades, sobre todo si uno de los dos tiene clarísimo que se van a casar y el otro no pero no se atreve a decirlo después de tanto tiempo de noviazgo y de que todo el mundo dé por hecho que se van a casar.

En el noviazgo hay que plantearse preguntas y ser sinceros: ¿tenemos un proyecto de vida juntos, queremos casarnos? Si la respuesta es no, hay que romper la relación; alargar en el tiempo algo que sabemos que no tiene futuro sólo causará dolor. Si la respuesta es sí, adquieren sentido los esfuerzos y renuncias que haya que hacer, juntos, para llegar a hacer realidad ese proyecto de vida que queremos; y pasar por momentos buenos y malos es un entrenamiento para la vida matrimonial. Pero esto conlleva madurar y tomar decisiones, y no acomodarse ni limitarse a disfrutar de todas las ventajas del matrimonio (viajar juntos, ¿convivir?, ¿mantener relaciones sexuales?) sin asumir compromisos y responsabilidades. Para evitarlo, conviene plantearse ¿podemos casarnos? De nuevo caben dos respuestas: sí; entonces ¿por qué no os casáis? No: ¿por qué no? ¿hay razones de peso que no os permiten casaros? Si es así, habrá que esperar; pero a veces no se toma la decisión esperando tener aseguradas muchas cosas materiales o por no querer o no atreverse a asumir responsabilidades. Es verdad que la decisión de casarse debe tomarse con sensatez: pero también con valentía.

María Álvarez de las Asturias

Canonista, especialista en noviazgo

y orientación familiar.

www.estaporvenir.com

@mariaalvarezast

Sobre el noviazgo, 1ª Parte

Dichosos los pobres en el espíritu.

San León Magno

Sermón sobre las bienaventuranzas 95,2-3

No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos.

El don de esta pobreza se da, pues, en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar la riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.

Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo de esta magnánima pobreza, pues, al oír la voz del divino Maestro, dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a pescadores de hombres y lograron, además, que muchos otros, imitando su fe, siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la Iglesia, al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos y encontraban su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo.

Por eso, el bienaventurado apóstol Pedro, cuando, al subir al templo, se encontró con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo: No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar.

¿Qué cosa más sublime podría encontrarse que esta humildad? ¿Qué más rico que esta pobreza? No tiene la ayuda del dinero, pero posee los dones de la naturaleza. Al que su madre dio a luz deforme, la palabra de Pedro lo hace sano; y el que no pudo dar la imagen del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna, le dio, en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud.

Y este tesoro enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar, sino también a aquellos cinco mil hombres que, ante esta curación milagrosa, creyeron en la predicación de Pedro. Así aquel pobre apóstol, que no tenía nada que dar al que le pedía limosna, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios que dio no sólo el vigor a las piernas del cojo, sino también la salud del alma a aquella ingente multitud de creyentes, a los cuales había encontrado sin fuerzas y que ahora podían ya andar ligeros siguiendo a Cristo.

R/. Se acercaron a Jesús sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.»

V/. En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.

R/. «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.»
Oremos:

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Dichosos los pobres en el espíritu. San León Magno

No todo se puede llamar descanso

Mt 14, 14

Es sorprendente cómo el  Evangelista deja ver, que el cansancio de Jesús se sacia con el anuncio del Reino, pero me parece más sorprendente aún ver de la manera en que Jesús lo hace ante el agotamiento físico, pues nos da ejemplo con su actitud dedicándose a sanar a los enfermos y consolar a los afligidos.

Parece como si el Evangelio nos quisiera mostrar una forma nueva de descanso, un método infalible para hallar esa paz en el corazón cuando las tribulaciones aparecen, y ese método es hacer el bien. Buscar y procurar el bien del otro, de modo que nada ni nadie nos pueda separar del Amor de Dios; pero ni a nosotros ni a los que nos rodean.

Cuando una persona está cansada, en el fondo tiene la tentación de hacer lo mismo que hizo Jesús en un principio, alejarse a un lugar solitario, desierto, pues allí encontrará el sosiego que necesita, pero cuando Jesús llega a aquel lugar, y encuentra la multitud necesitada de misericordia y compasión, no pierde la calma, sabe descansar haciendo el bien.

No se olvida de su propia necesidad, pues vemos como cuando termina de despedir a la multitud, vuelve a buscar ese momento de intimidad personal con su Padre Dios en la oración, pero sabe poner en primer lugar lo que de verdad importa. Jesús nuevamente nos va mostrando que, al dedicarse a los demás, no se pierde – por decirlo de alguna manera- la presencia de Dios, sino que quizás ésta se agudiza, y por eso resulta a las almas dóciles, mucho más fácil el acceso a la vida contemplativa en medio de las diversas circunstancias.

Estoy convencido que el Señor es capaz de hacer esto porque ha aprendido en la oración, y no ha a prendido a “desconectar”, sino a degustar el descanso pleno, y desde ahí se puede poner al servicio en lo que precisan las personas que le rodean.

Pensemos cuál es la forma de nuestro descanso, miremos al Señor para ver en realidad el modo en que nos ponemos en sosiego, pues si no hay descanso en nuestra agenda, el estrés impedirá que llegue a nosotros la serenidad para poder abordar los retos que la vida de cada uno de nosotros nos presenta incansablemente.

¡Ayuda Señor con tu sabiduría infinita a acertar desde el discernimiento personal, para poner todo a tu alcance, hacer el bien a los demás y hacer la voluntad de Dios!

Marco Antonio Fernández Rodríguez, Pbro.

Párroco en las Cabezas de San Juan (Sevilla)

No todo se puede llamar descanso

Por amor a Cristo, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono.

San Gregorio Magno

homilías sobre el libro del profeta Ezequiel

Hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel. Fijémonos cómo el Señor compara sus predicadores a un atalaya. El atalaya está siempre en un lugar alto para ver desde lejos todo lo que se acerca. Y todo aquel que es puesto como atalaya del pueblo de Dios debe, por su conducta, estar siempre en alto, a fin de preverlo todo y ayudar así a los que tiene bajo su custodia.

Estas palabras que os dirijo resultan muy duras para mí, ya que con ellas me ataco a mí mismo, puesto que ni mis palabras ni mi conducta están a la altura de mi misión.

Me confieso culpable, reconozco mi tibieza y mi negligencia. Quizá esta confesión de mi culpabilidad me alcance el perdón del Juez piadoso. Porque, cuando estaba en el monasterio, podía guardar mi lengua de conversaciones ociosas y estar dedicado casi continuamente a la oración. Pero desde que he cargado sobre mis hombros la responsabilidad pastoral, me es imposible guardar el recogimiento que yo querría, solicitado como estoy por tantos asuntos.

Me veo, en efecto, obligado a dirimir las causas, ora de las diversas Iglesias, ora de los monasterios, y a juzgar con frecuencia de la vida y actuación de los individuos en particular; otras veces tengo que ocuparme de asuntos de orden civil, otras, de lamentarme de los estragos causados por las tropas de los bárbaros y de temer por causa de los lobos que acechan al rebaño que me ha sido confiado. Otras veces debo preocuparme de que no falte la ayuda necesaria a los que viven sometidos a una disciplina regular, a veces tengo que soportar con paciencia a algunos que usan de la violencia, otras, en atención a la misma caridad que les debo, he de salirles al encuentro.

Estando mi espíritu disperso y desgarrado con tan diversas preocupaciones, ¿cómo voy a poder reconcentrarme para dedicarme por entero a la predicación y al ministerio de la palabra? Además, muchas veces, obligado por las circunstancias, tengo que tratar con las personas del mundo, lo que hace que alguna vez se relaje la disciplina impuesta a mi lengua. Porque, si mantengo en esta materia una disciplina rigurosa, sé que ello me aparta de los más débiles, y así nunca podré atraerlos adonde yo quiero. Y esto hace que, con frecuencia, escuche pacientemente sus palabras, aunque sean ociosas. Pero, como yo también soy débil, poco a poco me voy sintiendo atraído por aquellas palabras ociosas, y empiezo a hablar con gusto de aquello que había empezado a escuchar con paciencia, y resulta que me encuentro a gusto postrado allí mismo donde antes sentía repugnancia de caer.

¿Qué soy yo, por tanto, o qué clase de atalaya soy, que no estoy situado, por mis obras, en lo alto de la montaña, sino que estoy postrado aún en la llanura de mi debilidad? Pero el Creador y Redentor del género humano es bastante poderoso para darme a mí, indigno, la necesaria altura de vida y eficacia de palabra, ya que por su amor, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono.

R/. Sacando de la fuente de la sagrada Escritura enseñanzas morales y místicas, hizo llegar hasta el pueblo las corrientes del Evangelio; y, después de muerto, aún sigue enseñando.

V/. Como un águila que recorre el mundo, cuida de mayores y pequeños con magnánima caridad.

R/. Y, después de muerto, aún sigue enseñando.

Por amor a Cristo, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono. San Gregorio Magno

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba