El coro numeroso de las vírgenes acrecienta el gozo de la madre Iglesia
San Cipriano, obispo y mártir
Del Tratado sobre el comportamiento de las vírgenes (Núms 3-4.22.23: CSEL 3,189-190.202-204)
Me dirijo ahora a las vírgenes con tanto mayor interés cuanta mayor es su dignidad. La virginidad como la flor del árbol de la Iglesia, la hermosura y el adorno de los dones del Espíritu, alegría, objeto de honra y alabanza, obra íntegra e incorrupta, imagen de Dios, reflejo de la santidad del Señor, porción la más ilustre del rebaño de Cristo. La madre Iglesia se alegra en las vírgenes, y por ellas florece su admirable fecundidad, y, cuanto más abundante es el número de las vírgenes, tanto más crece el gozo de la madre. A las vírgenes nos dirigimos, a ellas exhortamos, movidos más por el afecto que por la autoridad, y, conscientes de nuestra humildad y bajeza, no pretendemos reprochar sus faltas, sino velar por ellas por miedo de que el enemigo las manche.
Porque no es inútil este cuidado, ni vano el temor que sirve de ayuda en el camino de la salvación, velando por la observancia de aquellos preceptos de vida que nos dio el Señor; así, las que se consagraron a Cristo renunciando a los placeres de la carne podrán vivir entregadas al Señor en cuerpo y alma y, llevando a feliz término su propósito, obtendrán el premio prometido, no por medio de los adornos del cuerpo, sino agradando únicamente a su Señor, de quien esperan la recompensa de su virginidad.
Conservad, pues, vírgenes, conservad lo que habéis empezado a ser, conservad lo que seréis: una magnífica recompensa os está reservada; vuestro esfuerzo está destinado a un gran premio, vuestra castidad a una gran corona. Lo que nosotros seremos, vosotras habéis comenzado ya a serlo. Vosotras participáis, ya en este mundo, de la gloria de la resurrección; camináis por el mundo sin contagiaros de él: siendo castas y vírgenes, sois iguales a los ángeles de Dios. Pero con la condición de que vuestra virginidad permanezca inquebrantable e incorrupta, para que lo que habéis comenzado con decisión lo mantengáis con constancia, no buscando los adornos de las joyas ni vestidos, sino el atavío de las virtudes.
Escuchad la voz del Apóstol a quien el Señor llamó vaso de elección y a quien envió a proclamar los mandatos del reino: El primer hombre – dice-, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Ésta es la imagen de la virginidad, de la integridad, de la santidad y la verdad.
R/. La mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma.
V/. Se consume mi corazón por Dios, mi lote perpetuo.
R/. Se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma.